De los 365 días que tiene el año, con sus 12 meses y sus múltiples festivos, hay fechas que me gustan más que otras.
Me gustan en desorden, sin tener que empezar por el primogénito mes de enero o por el fiestero de diciembre. Aunque los mellizos junio y julio son particularmente divertidos, no se le comparan con el añorado mes de agosto.
Era martes, solo habían transcurrido tres días de ese mes bajo un corriente 1993. Mientras en Chile, moría la escritora Mercedes Valdivieso, en Colombia, más específicamente en un hospital de Villavicencio, nacía Daniela Garzón Mejía, un acontecimiento que no saldría en la primera página de ningún periódico pero que si se celebraría con dicha en la casa materna. – ¡Que particular coincidencia! – podría decir mi mamá, fiel creyente de mi capacidad para escribir algunas letras.
En un pestañeo llegamos a diciembre, diez días del mes en la primera década del siglo XXI y ya estábamos celebrando; por un lado, Leonid Yelenin la dicha de descubrir el cometa Elenín y nosotros la ventura de graduarme como bachiller, un insignificante logro para la humanidad, pero todo un acontecimiento familiar. Ya se avecinaban nuevos destinos. Ser la primera de la familia en estudiar en Bogotá, traía consigo una particular dosis de popularidad dadas las condiciones económicas de una familia de 11 primos.
Dimos vuelta a la hoja y ocho años después, para el último día del mes de noviembre, la bandera de los Estados Unidos se vestía de luto, su 41º presidente, George H. W. Bush, había muerto. Sin embargo, a 3.827 kilómetros de Washington, la bandera de La Sergio se enaltecía, graduando a una nueva promoción de publicistas, entre esos su relatora.
Acontecimientos importantes pasan en el mundo en fechas que para nosotros son memorables, y en medio de la pandemia, aún podemos enmarcar espacios en el calendario. Me gustaría que la próxima fecha de mi historia sea una entrevista con usted.
¿Podríamos agendar una fecha?